Menu Close
Soplo de ballena jorobada

El aliento revelador de las ballenas: Drones, virus y la salud del océano

Elsa Cabrera, directora ejecutiva del Centro de Conservación Cetacea

Tras décadas siguiendo de cerca la compleja travesía de la conservación de los cetáceos desde foros donde se define la política global, se aprende que los avances surgen de la alianza entre la adaptación y la innovación. Adaptación para dejar atrás siglos de paradigmas científicos obsoletos, basados en la matanza de ballenas, e innovación para convertir nuevas herramientas en instrumentos que revelen el estado de salud de estos gigantes marinos en su medio, sin causarles daño ni perturbación.

Así lo comprueba un estudio recientemente publicado en la revista BMC Veterinary Research sobre los soplos de ballenas, que fue realizado colaborativamente entre el Kings College de Londres, the Royal School of Veterinary Studies y la Universidad de Noord de Noruega. Sus resultados evidencian que un patógeno mortal ha cruzado la barrera del círculo polar Ártico. Conocido como el morbillivirus de cetáceos, fue inicialmente identificado en 1987 en especies de delfines y es el responsible de numerosos eventos de mortalidad y varamientos masivos en distintas partes del mundo. Y es que este virus es un asesino en serie de ballenas, delfines y marsopas. Ataca el sistema respiratorio, causando daños neurológicos devastadores y destruyendo el sistema inmunitario de estos mamíferos marinos.

El estudio realizado en el norte de Noruega, Islandia (noreste Atlántico) y Cabo Verde (Africa occidental), por primera vez confirma que este virus ha traspasado el círculo polar Ártico al identificarlo en ballenas jorobadas, cachalotes y un calderón. Los resultados son preocupantes, pues extienden el mapa de riesgo sanitario a las poblaciones de cetáceos del Ártico, muchas de las cuales ya se encuentren bajo extrema presión.

Este preocupante descubrimiento fue posible sin la necesidad de matar, herir o esperar el encuentro de una ballena varada muerta. Se logró gracias al uso de drones con una técnica no invasiva y respetuosa. Entre 2016 y 2025, el grupo de investigación utilizó drones comerciales equipados con placas de Petri que se posicionan brevemente sobre los espiráculos – o las fosas nasales – de las ballenas cuando salen a la superficie a respirar. Al exhalar, las ballenas producen un potente soplido, o chorro de vapor, que es un verdadero aerosol biológico de células, microbios y también de patógenos que se encuentran en su tracto respiratorio. Esta metodología permite estudiar la distribución, frecuencia y factores determinantes de las enfermedades existentes en las poblaciones de cetáceos (epidemiología), sin causarles estrés, sin alterar su comportamiento y sin necesidad de hacerles daño.

La detección del morbillivirus de cetáceos en el Ártico es una nueva alarma sobre la salud de un océano cada vez más debilitado y vulnerable. Las ballenas del Ártico y subártico están enfrentando múltiples amenazas. El cambio climático no sólo derrite su hábitat. También altera la distribución del alimento y abre nuevas rutas de navegación que contaminan acústicamente el medio marino y aumenta el riesgo de colisiones fatales con embarcaciones. El estrés generado, por estos y otros factores, debilita el sistema inmunológico de las ballenas, haciéndolas más susceptibles a patógenos mortales como el morbillivirus de cetáceos.

Además, su alta contagiosidad representa un riesgo considerable, sobre todo en las zonas de alimentación donde estos mamíferos marinos se congregan en alta densidad, compartiendo espacio con aves, focas e, indirectamente, con humanos dedicados a actividades como la pesca o el turismo de avistamiento. Este verdadero hacinamiento ecológico es un caldo de cultivo para la transmisión del virus, que puede traspasarse no sólo entre individuos de una misma especie, sino potencialmente entre distintas especies, como lo evidencia el salto de este morbillivirus desde los delfines a las ballenas.

El surgimiento de este virus en nuevas regiones del planeta es un recordatorio de los riesgos de la propagación de patógenos en un mundo interconectado. Hoy somos testigos de cómo la crisis climática y la alternación de los ecosistemas marinos están reescribiendo los mapas de distribución de enfermedades, un fenómeno del cual ya fuimos testigos durante la pandemia del COVID19. Aunque tracemos fronteras y bauticemos masas de agua con distintos nombres – Pacífico sur, Atlántico norte, océano Ártico y Antártico, etc. – el océano es uno solo. Un sistema circulatorio global interconectado por corrientes, migraciones y, sí, también por patógenos.

El hecho de que este virus se haya identificado a miles de kilómetros de distancia de nuestra región, no debería ser una señal de consuelo. Las ballenas jorobadas que se alimentan en el Atlántico norte pasan el invierno en las aguas más cálidas de Cabo Verde, conectando continentes. Por otra parte, los cachalotes tienen poblaciones globales. Y tanto las corrientes marinas como los movimientos de las especies que las habitan no conocen fronteras humanas. Lo que hoy es una nueva amenaza en el Ártico podría convertirse mañana en un peligro inminente para las poblaciones de ballenas franca austral, azul o jorobadas en el Pacífico sur.

Mitigar amenazas actuales como la crisis climática, la contaminación, el ruido submarino y la colisión con embarcaciones – por nombrar algunas – no debería ser un acto de conservación local sino un esfuerzo colectivo global orientado a fortalecer el sistema inmunológico de todo el océano. De esta manera ayudaríamos a aumentar la resiliencia de las especies marinas para que puedan enfrentar de mejor manera amenazas tan graves como posibles epidemias virales.

El aliento de las ballenas en el Ártico nos confirma una verdad esencial: la salud de una ballena en Noruega está profundamente conectada con la del océano que baña Chile, Nueva Zelanda o la Antártida. Este mensaje, capturado en esas nubes de vapor conocidas como soplos, debe impulsarnos a actuar con urgencia. El futuro de estos gigantes marinos, y en gran medida el nuestro, depende de que respondamos ahora, antes de que las amenazas emergentes alteren irreversiblemente el delicado equilibrio de un océano que no conoce fronteras.