Juan Carlos Cárdenas (Ecoceanos) y Elsa Cabrera (Centro de Conservación Cetacea)
Recientemente se celebró el Día Mundial de las Ballenas, una iniciativa surgida en Hawaii en 1980 con el propósito de generar conciencia sobre la urgente necesidad la proteger a las ballenas jorobadas que llegaban anualmente a sus costas. Por ese entonces la mayoría de las poblaciones de ballenas en el mundo se encontraban colapsadas y al borde de la extinción, dejando en evidencia que la caza comercial era una actividad arcaica e insostenible.
La Comisión Ballenera Internacional (CBI),- el organismo encargado de la conservación y manejo de estos mamíferos marinos – había fracasado rotundamente en cumplir con su principal objetivo de “conservar las poblaciones de ballenas para las futuras generaciones.” Pero fue una década antes de este hito cuando se encendió la preocupación ciudadana por la defensa de la vida de las ballenas. El 22 de abril de 1970, más de 20 millones de personas salieron a las calles de Estados Unidos para protestar contra la destrucción del medio ambiente, generando un potente movimiento cultural y social con repercusiones a nivel global.
Es así que en el ámbito político, Suecia atendió el llamado ciudadano internacional y organizó con éxito la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, popularmente conocida como la Cumbre de la Tierra. El encuentro realizado en 1972 con la presencia de representantes de 113 países, concluyó con la adopción de la Declaración de Estocolmo, que entre otros aspectos, instaba a implementar una moratoria global sobre la caza comercial de ballenas. Sin embargo, debieron pasar diez años para que la CBI aprobara finalmente la propuesta, quese implementó efectivamente a partir de 1986.
Esto demostró que la adopción de políticas ambientales orientadas a la protección de la biodiversidad marina del planeta, del cual depende el bienestar de las sociedades humanas, toman tiempo en ser adoptadas debido a los poderosos intereses geopolíticos, nacionalistas y económicos que entran en juego. En este caso, los intereses asociados al complejo industrial pesquero y ballenero de Japón, Islandia y Noruega, dilataron inútilmente esta medida de conservación mientras las poblaciones de ballenas continuaban siendo reducidas. Sin embargo, también se evidenció que el llamado de la ciudadanía global para detener las irracionales matanzas e inminente extinción de las grandes especies de cetáceos, era política y moralmente más potente.
Cuarenta y cinco años después son evidentes los efectos que ha tenido la moratoria sobre la caza comercial. Ninguna de las especies de ballenas diezmadas por la ballenería industrial desapareció. Sin embargo, algunas aún se encuentran clasificadas como En Peligro, comola ballena azul (Balaenoptera musculus), y de aleta (Balaenoptera physalus), así como la subpoblación de ballena franca austral (Eubalaena australis) de Chile-Perú.
Además la CBI ha podido finalmente cumplir con su mandato principal de conservar estas especies para las generaciones futuras, mientras el uso no letal de las ballenas se ha convertido en una actividad económica rentable, mediante el turismo de avistaje de cetáceos.
Por su parte, el avance de la investigación científica sobre las ballenas vivas, a través de metodologías no letales, ha revelado su papel fundamental en la productividad oceánica y en la lucha contra el cambio climático. Estas majestuosas criaturas actúan como jardineras y fertilizadoras de los océanos, proporcionando nutrientes esenciales que sostienen la estructura y el funcionamiento de las redes tróficas, lo que contribuye a la salud y a la vida en nuestro planeta. Por ello, la continua matanza de ballenas perpetrada por las industrias pesqueras de Japón, Noruega e Islandia representa tanto un crimen legal como un grave delito ambiental.
Activistas ambientales propinan derrota estratégica a Japón y sus intenciones de criminalizar la defensa de las ballenas
El futuro de nuestro planeta, sus oceános y las ballenas enfrentan un punto de inflexión ambiental y civilizatorio. Profundas transformaciones geopolíticas, económicas, sociales y culturales se encuentran en gestación, algunas de ellas en forma subterránea, mientras otras lo hacen de manera explícita y violenta.
Los movimientos sociales, ambientales, de derechos humanos y defensa de los pueblos originarios, han sido la clave para la democratización de nuestras sociedades y la protección del medio ambiente y su biodiversidad. Actualmente, los defensores y defensoras de la naturaleza están siendo amedrentados, criminalizados y silenciados, siendo incluso etiquetados por los Estados y sectores empresariales como “eco terroristas”.
La reciente victoria obtenida por la campaña internacional que movilizó a millones de ciudadanos y organizaciones fue clave para lograr la liberación de Paul Watson (73 años). El histórico activista anti-caza comercial de ballenas fue injustamente encarcelado en Groenlandia a solicitud del gobierno de Japón, bajo falsas acusaciones, en represalía de las acciones realizadas por Watson para detener la caza ilegal de ballenas en el océano Austral.
La decisión de los tribunales daneses de rechazar en diciembre del 2024 el pedido de extradición de Japón y liberar sin cargos a Watson, constituyó una derrota estratégica para la diplomacia y el empresariado pesquero de Japón, en su intento de criminalizar a los defensores ambientales que se opongan a sus planes de eliminar la actual moratoria global. Todo con el objetivo de reanudar la caza comercial de ballenas en las biodiversas aguas del Pacífico, océano austral y Antártica. La liberación de Watson demostró el poder de la participación colaborativa y de la presión ciudadana. En Chile, el movimiento integró a defensores socio-ambientales, de derechos humanos, científicos, comunidades locales y artistas que continúan luchando por la defensa de las ballenas y contra la destrucción de la biodiversidad de nuestros mares.
Proteger a las ballenas no constituye una pretensión ambientalista, sino que es una necesidad crucial para mantener el equilibrio de los océanos y preservar su biodiversidad. Por ello resulta esencial que las organizaciones ciudadanas llamemos a estar alerta frente al expansionismo geo-político de Japón y sus prácticas de caza anacrónicas y ambientalmente cuestionables, las que utiliza como la punta de su denominada “diplomacia del arpón”. Su influencia intenta comprar las voluntades de los funcionarios de los gobiernos de la región con el objetivo de expandirse en los próximos años hacia las aguas y recursos del Pacífico sur oriental, océano austral y la antártica.
Detener las muertes de ballenas provocada por la salmonicultura industrial: Tarea ciudadana
La reciente recomendación efectuada en Marzo del 2024 por el Relator de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos y Medio Ambiente, David Boyd, durante el 55 período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos en Ginebra, Suiza, donde señaló sin ambigüedad que “la salmonicultura es una de las principales amenazas para el medio ambiente que enfrenta la Patagonia, especialmente el Parque Nacional Kawésqar, el que es importante para la conservación de diversas especies y ecosistemas, entre ellos 32 especies de cetáceos”, por lo cual recomendaba al Estado chileno establecer “una moratoria a la expansión de la industria salmonera a la espera de un informe científico independiente.
Como organizaciones ciudadanas, movimientos socio-ambientales y comunidades de pueblos originarios, llamamos a los consumidores de los Estados Unidos,– principal destino de las producciones chilenas de salmónidos-, a apoyar la protección del mar austral no comprando ni consumiendo el salmón químico industrial proveniente de la Patagonia, debido a las altas mortalidades de ballenas, – varias de ellas en peligro crítico -, provocadas por las letales colisiones con las casi 1 000 embarcaciones de transporte y carga de la mega industria salmonera que opera sobre las rutas migratorias, áreas de alimentación, crianza y reproducción de estos grande cetáceos.
A lo anterior debemos sumar los crecientes impactos de la contaminación química, orgánica y sónica submarina producido por los centros de cultivo de esta industria exportadora, asi como los casos de enmallamientos y muerte de grandes cetáceos en las redes anti-lobos marinos que se utilizan en los centros de cultivo que operan en el interior de los parques nacionales y áreas protegidas de la Patagonia.
Por ello, el Día Mundial de las Ballenas es un recordatorio de que aunque la moratoria continua vigente, las ballenas continúan amenazadas. Resulta necesario movilizarse y presionar al actual gobierno chileno para que implemente medidas de protección efectivas, como la adopción de las recomendaciones del Relator Especial de la ONU para el Medio Ambiente y los Derechos Humanos, implementando entre otros, una moratoria a la expansión de los monocultivos de salmón en aguas de la Patagonia.