Desde que trabajamos en investigación y conservación de ballenas azules al sur de Chile, muchos investigadores que nos visitan para colaborar con nuestro trabajo nos recuerdan lo afortunadas que somos. No sólo es la especie más grande del planeta sino que su población mundial es menor al uno porciento de la que había antes que fueran cazadas comercialmente. Ciertamente, ver una ballena azul, es una gran fortuna.
Sin embargo durante las salidas al mar para fotografiar a estas gigantes marinas y así identificarlas individualmente, mi corazón se detiene cada vez que avistamos una ballena franca austral. Ver uno de estos robustos y tranquilos animales en aguas chilenas no sólo es una fortuna, sino una inmensa coincidencia que se da pocas veces en la vida. Esto porque a pesar que la especie es abundante en países como Argentina, la población de Chile – que también se extiende hasta Perú – cuenta con un estimado de sólo 50 individuos maduros. O sea esta especie está en serio peligro de desaparecer para siempre de nuestras costas. Es más, es una de las poblaciones de ballena en mayor peligro de extinción en el mundo.
Tan grave es su condición, que en 2008 esta población de ballenas franca austral, fue clasificada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza como en Peligro Crítico. Y desde 2007, se realizan esfuerzos internacionales bajo la Comisión Ballenera Internacional para implementar un plan de conservación orientado exclusivamente a evitar su extinción y asegurar que esta población se recupere en el largo plazo.
Por eso, el 9 de Febrero pasado una vez más la enorme emoción de ver uno de estos animales nos inundó cuando al cierre de un día de trabajo en el mar con las azules, una ballena franca austral apareció al lado de nuestra embarcación.
El ojo infalible de José, capitán de nuestra nave por más de una década, vio de reojo un leve movimiento de algo que no pudimos determinar en principio de qué se trataba. Sólo vimos una silueta arqueada con una extraña coloración gris-naranja. Unos minutos más tarde el inconfundible soplo en forma de “V” característico de las ballenas franca apareció frente a nuestra embarcación y ambos celebramos de emoción.
Pero la felicidad rápidamente pasó a incertidumbre. La ballena se movía muy lentamente, y su cuerpo estaba repleto de parásitos color naranja llamados ciámidos, conocidos también popularmente como piojos de ballena. Éstos siempre están presentes en esta especie, especialmente en las callosidades de la cabeza, pero jamás en el número que vimos en esta ballena franca. Tenía el cuerpo infestado de ellos, especialmente en el pedúnculo caudal – la porción del cuerpo que conecta con la cola – y toda la superficie de la cola. Un claro síntoma de un sistema inmunológico debilitado.
“Esta ballena está enferma” afirmó José con lástima en su voz mientras maniobraba la embarcación con una mano y grababa video con la otra. Estuvimos con ella cerca de media hora, observando su comportamiento, fotografiando todo su cuerpo y evidenciando cada vez más que esta ballena había sobrevivido algo terrible, algo que la había dejado muy debilitada, quizás moribunda.
Su nado era lento, casi inexistente, apenas subiendo su enorme y magnifica cabeza por sobre el agua para respirar pausadamente. Un leve arqueo de su cuerpo y suave movimiento de cola la hundía pocos metros bajo el agua por algunos minutos para salir a respirar de nuevo casi en el mismo lugar.
Preocupados y con una gran sensación de impotencia, nos fuimos alejando de la ballena al completar los registros. Presentíamos que nuestra presencia podría ser una nueva causa de estrés a su ya agotado cuerpo. Su silueta saliendo a respirar con la isla de Chiloé de fondo mientras se alejaba en un mar calmo nos pareció un gran adiós que nos dejó en silencio y con el corazón apretado.
Ya de regreso en la base de trabajo, las imágenes de foto y video confirmaban lo peor. Esta hermosa e imponente ballena franca, una de las pocas decenas que aun sobreviven en aguas chilenas, podría morir muy pronto. Y así sucedió. Tras días de calma en el mar, el nacimiento de una leve brisa proveniente del norte anunció el inicio de un temporal que se extendió por más de una semana. En la base, situada a poca distancia de un precipicio de unos 100 metros que cae directamente al mar, la espuma de la olas que rompían con fuerza en la costa rocosa pasaban en forma de copos frente a uno de los ventanales que miran hacia el mar. El viento, la lluvia y las marejadas nos recordaban durante el día la batalla que estaría dando la ballena para sobrevivir. Sin embargo, en las noches, la muerte de la ballena en una playa cercana se repetía una y otra vez en los sueños.
En medio del temporal recibimos la noticia. Dos imágenes de la ballena enviadas al teléfono. Muerta. Su enorme cuerpo varado en una extensa playa de arena cerca de Maullín. Playa Mar Brava, porque las olas rompen constantemente con furia. Como la misma furia que sentimos al saber que habíamos perdido una de estas ballenas por causas humanas evitables. Un sentimiento que rápidamente transformamos en energía positiva para que su muerte no sea en vano. Para que esta pérdida irrecuperable se convierta en acciones y políticas que aseguren su protección. Que permitan que este tipo de eventos mortales, no vuelvan a suceder.
Al día siguiente y aún en medio del temporal, viajamos hasta el lugar del varamiento para trabajar sobre la ballena y reunir la mayor cantidad de información posible. Todo lo que su cuerpo nos pueda contar sobre su vida, salud y muerte es invaluable, pues de esta población no se sabe, concretamente, nada. Sólo que fue extremadamente abundante en las costas de Chile y Perú a fines del 1700, cuando balleneros europeos y norteamericanos las descubrieron. En menos de 50 años las llevaron al borde de la extinción. Desde entonces, no se han recuperado y sus registros son excepcionales.
Llegamos a Mar Brava con la esperanza de realizar un estudio completo del cuerpo del animal. Tuvimos la fortuna de contar con el increíble trabajo y asesoría de Andrea, especialista argentina en necropsia de ballena franca que vive en Santiago y viajó ese mismo día para unirse a nuestro equipo. Sin embargo el clima dispuso otra cosa. Una intensa marejada mantuvo parte del cuerpo de la ballena bajo las olas que no dejaban de golpear. La intensidad del viento y la lluvia impedían a momentos realizar el trabajo. Pero luego de seis horas y gracias a la tenacidad y experiencia de Andrea, logramos reunir una gran cantidad de muestras biológicas y registros fotográficos que son invaluables para empezar a conocer la vida y biología de esta misteriosa población de ballena franca austral.
Sin embargo y desde entonces, todos quienes estuvimos involucrados en esta labor, quedamos con la amarga sensación que esta ballena no debería haber muerto hoy, así. No debería haber sufrido días, meses o incluso más de un año, las consecuencias del terrible enmallamiento en redes al que estuvo sometido su cuerpo. Porque este tipo de muerte es una de las más crueles, según especialistas mundiales en el tema. Casos como el de esta ballena franca pueden involucrar incapacidad para alimentarse y desplazarse, cuadros infecciosos, hemorragias y severos daños a la piel. Incluso cuando logran escapar de la red, el estrés, el gasto energético y el dolor físico, entre otros, las deja debilitadas y en muchos casos, moribundas. Como posiblemente sucedió a esta ballena.
Pero nuevamente, estas sensaciones negativas deben transformarse en acciones concretas que impidan este tipo de eventos. Conocer el tipo de red que causó el enmalle será un primer paso para avanzar hacia la adopción de medidas concretas. Fortalecer la capacidad de respuesta para reportar y liberar ballenas enmalladas resulta fundamental para actuar a tiempo frente a casos como éste. Evitar que la basura llegue y permanezca en el mar es esencial para terminar con estas muertes innecesarias y evitables. Y aumentar el conocimiento en las autoridades y la ciudadanía sobre la presencia de esta especie, su importancia biológica y amenazas actuales es indispensable para que todos tomemos conciencia sobre la responsabilidad que tenemos de impedir su desaparición para siempre de nuestras costas.
Que este caso no pase inadvertido es parte de esta tarea. Compártelo con tu familia, amigos y redes sociales. Evitemos juntos la extinción de la ballena franca austral de Chile y Perú.
Por: Elsa Cabrera, directora ejecutiva Centro de Conservación Cetacea