Elsa Cabrera, directora ejecutiva, Centro de Conservación Cetacea
Treinta belugas en Ontario, Canadá, enfrentan una posible sentencia de muerte. La bancarrota de un negocio que las ha explotado sin remordimientos se ha convertido en su principal verdugo. El parque marino Marineland ha amenazado con eutanasiar a una de las poblaciones cautivas de belugas más grandes del mundo. Aunque la razón esgrimida es una crisis financiera, el motivo real es el fracaso de una industria que trata a seres sintientes como activos desechables.
La carta enviada por Marineland al gobierno canadiense el pasado 3 de octubre, es de un cinismo enorme. Tras años de construir un historial manchado por la muerte de 20 cetáceos desde 2019 – incluyendo 19 belugas y una orca – Marineland planteó un desconcertante ultimátum: O les autorizan exportar estos cetáceos a dudosos destinos en China, o se verán en la necesidad de eutanasiarlos. En palabras sencillas, matarlos. El parque marino afirma no tener recursos para cuidarlas.
Frente a esta disyuntiva, el gobierno canadiense, a través de la ministra federal de Pesca, Joanne Thompson, denegó la exportación, declarando que su conciencia no le permite “aprobar una exportación que perpetuará el trato que han sufrido estas belugas”. Al impedir su traslado a otros centros de entretenimiento, se cortaría la cadena de abusos y sufrimiento. Sin embargo, la decisión deja a las belugas en un limbo que puede llegar a ser mortal.
El escenario refleja la sombría realidad de un modelo de negocios en extinción, que se ha visto acelerado en Canadá por la adopción de una Ley en 2019 que prohíbe el cautiverio de cetáceos. Esta legislación, aunque llegó tarde para los delfines que ya murieron en cautividad, marcó el principio del fin para el mercado de los espectáculos con delfines en ese país. Al no saber adaptarse a un mundo que crecientemente rechaza el encierro de estos mamíferos marinos, el infortunado legado de Marineland amenaza con cobrarse una última y terrible cuota de belugas asesinadas.
Chile: Un ejemplo visionario
Mientras Canadá lidia con las secuelas de una industria que fue legal, Chile eligió hace 17 años un camino que lo libera de vivir situaciones similares. Esto porque el país no estuvo ajeno a las amenazas asociadas al cautiverio de cetáceos. Antes de 2008 fue objeto del interés de esta industria, con visitas periódicas de parques itinerantes que exhibían delfines en condiciones deplorables y empresas ansiosas por establecerse de forma permanente.
Fue gracias a la incansable oposición de organizaciones de la sociedad civil, que estos esfuerzos no fructificaron. Esta visión no se limitó a rechazarlos. En 2008 el Centro de Conservación Cetacea y el Centro Ecoceanos lideraron con éxito una campaña para la creación del Santuario de Ballenas de Chile, una ley que no solo consolida una política de Estado comprometida con la protección de los cetáceos, sino que también prohíbe la industria del cautiverio de delfines. Gracias a su adopción, el país está libre de un negocio que condena las vidas de seres sintientes a tanques de concreto y supedita sus destinos a la solvencia económica de sus comerciantes.
La Única Salida Ética: El Santuario
El caso de Marineland evidencia el peligroso vacío legal que genera la transición hacia el fin del cautiverio y destaca la necesidad de incluir medidas de seguridad para garantizar el bienestar de sus últimas víctimas. La eutanasia no es una opción. Ni el gobierno canadiense ni los responsables de Marineland pueden eludir su obligación moral. La única solución digna y viable es el traslado de estas belugas a un santuario marino, donde puedan experimentar el ambiente marino, socializar en un entorno más natural y, sobre todo, vivir libres del espectáculo, el maltrato y la amenaza de muerte que caracteriza a la industria del cautiverio de delfines en el mundo.