Entre las especies migratorias, las ballenas destacan por su asombroso comportamiento. Estos gentiles gigantes recorren anualmente miles de kilómetros, desplazándose desde sus áreas de alimentación estival, situadas en las altas latitudes del planeta, hacia aguas tropicales más cálidas durante el invierno. Sin embargo, estos extraordinarios viajes no son solo admirables por su resistencia; también juegan un papel crucial en la salud de los océanos al involucrar un aspecto poco conocido: la orina de ballena.
Durante los inviernos polares, las ballenas se refugian en las cálidas y protegidas aguas de los trópicos para dar a luz a sus crías. Allí las alimentan durante varios meses antes de realizar su primera migración. La leche de estos mamíferos marinos es excepcionalmente rica en nutrientes y lípidos, lo que permite a las crías desarrollar una importante capa de grasa que les brinda la energía necesaria para cubrir largas distancias y les proporciona el aislamiento térmico necesario al llegar a las frías aguas de sus áreas de alimentación.
A lo largo de su recorrido, las ballenas excretan compuestos ricos en nitrógeno a través de su orina, transportando importantes cantidades de nutrientes desde sus áreas de alimentación hacia zonas menos productivas, como las aguas tropicales de crianza. Esta transferencia de nutrientes es fundamental para la salud de los ecosistemas, ya que fomenta el crecimiento de diminutas algas conocidas como fitoplancton, las cuales son la base de la red alimentaria oceánica. Un aumento en la cantidad de fitoplancton conlleva a poblaciones saludables y abundantes de otras especies marinas, incluyendo peces y crustáceos para el consumo humano. Proteger la vida de las ballenas es esencial para garantizar la seguridad alimentaria.
Además, las ballenas contribuyen al transporte vertical de nutrientes desde la superficie hacia el fondo marino y viceversa, un fenómeno conocido como “la bomba de ballena”. En las áreas de alimentación, sus excrementos crean plumas ricas en nutrientes que enriquecen —o, literalmente, fertilizan— las aguas donde se alimentan, similar a los procesos de afloramiento natural que llevan nutrientes desde las profundidades hacia la superficie.
Más allá de su orina y materia fecal, los cuerpos sin vida de las ballenas también proporcionan enormes beneficios a la vida marina. Estudios científicos han demostrado que el cuerpo de una ballena muerta puede alimentar a diversas especies de aguas profundas durante varias décadas. Además, el dióxido de carbono que las ballenas secuestran a lo largo de sus vidas queda atrapado durante siglos —e incluso milenios— en las profundidades, cuando sus enormes cuerpos caen para descomponerse en el lecho marino.
A pesar de los papeles fundamentales que estos mamíferos desempeñan en el correcto funcionamiento y productividad del ecosistema marino, las ballenas enfrentan graves y significativas amenazas que ponen en peligro su supervivencia y, por ende, el equilibrio ecológico de los océanos. A las consecuencias de la caza comercial – que llevó a varias especies de grandes cetáceos al borde de la extinción – se suman hoy la muerte de decenas de miles de ballenas anualmente debido a enmalle en redes de pesca, colisión con embarcaciones, envenenamiento por florecimientos nocivos de algas asociados a fuentes contaminantes y altas temperaturas, así como la inanición provocada por la disminución de sus fuentes de alimento a consecuencia del cambio climático y la sobreexplotación de la industria pesquera.
Ante estas graves amenazas, la recuperación de las poblaciones de ballenas es más crucial que nunca para mantener el equilibrio ecológico. La contribución de las ballenas vivas al transporte de nutrientes durante sus migraciones es incomparable. Pueden mover decenas de miles de toneladas de nitrógeno desde las ricas aguas polares hacia latitudes más bajas. Y al hacerlo, estimulan la productividad marina en regiones deficitarias en nutrientes, contribuyendo a la resiliencia de los ecosistemas marinos.
En el contexto de la triple crisis planetaria provocada por el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación, la ciencia evidencia que proteger las especies y poblaciones de ballenas en el mundo es fundamental para restaurar los ecosistemas marinos y garantizar su adecuado funcionamiento a largo plazo. Dado que todas las formas de vida en el planeta, incluida la nuestra, dependen de la salud del océano, es urgentemente necesario avanzar hacia la adopción de medidas efectivas y permanentes que aseguren su protección.
Elsa Cabrera, directora ejecutiva, Centro de Conservación Cetacea