A finales de octubre pasado, la Secretaría del Convenio sobre Diversidad Biológica anunció que “una nueva era en armonía con la naturaleza ha nacido” tras la finalización de la Cumbre de Nagoya sobre Biodiversidad y que “la historia recordará que este logro no habría sido posible sin el sobresaliente liderazgo y compromiso del gobierno de Japón”.
Con certeza los gobiernos reunidos en Japón durante dos semanas alcanzaron acuerdos que evitaron que la Cumbre de Nagoya se convirtiera en uno de los mayores fracasos para la conservación de las especies que habitan el planeta. Después de todo, los representantes de 193 gobiernos tuvieron que asistir a una reunión incómoda que los enfrentó con la necesidad de reconocer ante los ojos del mundo que han fallado rotundamente en el compromiso adoptado en 2002 de reducir la pérdida de la diversidad biológica.
Pero acuerdos más acuerdos menos, la verdad es que la credibilidad de los gobiernos que los adoptan se encuentra sustancialmente debilitada debido a la falta de voluntad para cumplirlos. Así lo demuestra el fracaso de la mayoría de los acuerdos de conservación, así como la Cumbre de Copenhague sobre cambio climático realizada el año pasado, donde se abordó sin éxito uno de los temas más contingentes en la actualidad debido a los negativos impactos sociales, ambientales y económicos que está generando alrededor del planeta.
Quizás uno los pocos acuerdos internacionales que con gran esfuerzo está cumpliendo con la conservación de algunas especies es la Comisión Ballenera Internacional (CBI). Creada en 1946 con el fin de regular la caza de ballenas y conservar sus poblaciones para las generaciones futuras, los países miembro de la CBI fueron incapaces de cumplir con ambos compromisos hasta llevar a las ballenas y la propia Comisión al borde de la extinción. La inviavilidad económica de la industria ballenera obligó a los miembros de la CBI a implementar una moratoria global sobre la caza comercial de ballenas en 1986. A pesar de los constantes abusos cometidos por Japón, Islandia y Noruega – que utilizan diversos resquicios legales para continuar matando ballenas – la moratoria ha evitado la extinción de especies emblemáticas que estuvieron a punto de desaparecer el siglo pasado como la ballena azul, de aleta, sei, jorobada, franca y el cachalote.
Componentes ícono de la biodiversidad, las ballenas son mucho más que especies carismáticas. Gracias a la protección brindada por la moratoria y los avances en la investigación no letal hoy sabemos, entre otros, que estos mamíferos marinos cumplen un rol fundamental en la fertilización del océano y la absorción de enormes cantidades de dióxido de carbono (CO2), uno los principales gases responsables del cambio climático.
Considerando que la mayoría de las especies de ballenas aún se encuentran en peligro y que muchas están siendo actualmente utilizadas por cientos de comunidades alrededor del planeta para el desarrollo del turismo de avistaje de ballenas, resultaría lógico asumir que “la nueva era de armonía con la naturaleza” libraría a los cetáceos de prácticas anacrónicas que ya demostraron ser insostenibles para la conservación de estos mamíferos marinos como es la matanza de ballenas.
Sin embargo, a pocas semanas del histórico acuerdo de Nagoya, Japón iniciará en diciembre la matanza de cerca de mil ballenas minke antártica y 50 ballenas de aleta en el Santuario de Ballenas del Océano Austral con el supuesto objetivo de realizar “investigación científica”. También acaba de importar más de 600 toneladas de carne de ballena de aleta desde Islandia (a pesar que el comercio internacional de carne y productos de ballena está prohibido); continúa matando más de 20 mil delfines al año fuera de cualquier tipo de control de la comunidad internacional; y de acuerdo al diario británico The Independent, Japón planificó para este mes de noviembre el desarrollo de una reunión con cerca de 40 países “amigos” orientada a construir alianzas con el fin de eliminar la moratoria sobre la caza comercial de ballenas durante la próxima reunión de la CBI en junio de 2011.
No basta con ser país anfitrión de cumbres internacionales y tener capacidad de liderazgo para demostrar el compromiso de una nación con la conservación de la declinante diversidad biológica. Tras innumerables acuerdos colmados de buenas intenciones que no han sido cumplidos – en temas tan diversos como pesquerías, clima, hábitat (marinos, costeros y terrestres) y biodiversidad – Japón y la comunidad internacional en general tienen el deber de demostrar seriedad y responsabilidad frente a los compromisos adoptados y el bienestar de generaciones venideras que enfrentan un futuro incierto.
Un buen comienzo sería avanzar hacia la modernización de la Comisión Ballenera Internacional con el fin de cerrar los vacíos legales que amenazan su gobernabilidad y consolidarla como el organismo internacional encargado de la efectiva conservación y uso no letal de los cetáceos a nivel global.
Por: Elsa Cabrera, directora ejecutiva del Centro de Conservación Cetacea/Chile