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41 grados de evidencia: el calentamiento que asfixia la Amazonía y el acuerdo climático que lo permite

Elsa Cabrera, directora ejecutiva, Centro de Conservación Cetacea

Mientras en el corazón de la Amazonía brasileña se ultimaban los preparativos para la inauguración de la pasada cumbre climática (COP30 en Belém), los resultados de un estudio científico sobre la muerte masiva de delfines en un lago amazónico sonaron como una alarma que nos llama a enfrentar el origen de la crisis climática.

Entre septiembre y octubre de 2023, más de 200 delfines rosados (Inia geoffrensis) y decenas de tucuxis (Sotalia fluviatilis) aparecieron muertos en el Lago Tefé (Amazonas, región norte de Brasil). Dos años después, las conclusiones del equipo investigador son estremecedoras: las aguas del lago se transformaron en una suerte de caldero que, literalmente, cocinó vivos a los cetáceos.

De acuerdo a una reciente publicación en Science, el equipo liderado por el biólogo Ayan Fleischmann, del Instituto Mamirauá para el Desarrollo Sostenible, monitoreó diez lagos de la Amazonía central. En cinco de ellos, la temperatura del agua había superado entre 7 y 8 grados Celsius el promedio habitual para la zona (que oscila entre 29 y 30°C). El récord lo registró el Lago Tefé, donde el termómetro alcanzó los 41°C, un calor tan extremo que los investigadores no podían mantener las manos bajo el agua sin quemarse. Aún más preocupante fue descubrir que debido a una combinación de altas temperaturas solares, vientos débiles, poca profundidad y alta turbiedad del agua, la temperatura del agua no se limitaba a la superficie, sino que abarcaba toda la columna vertical de unos dos metros de profundidad.

Las consecuencias de un evento de este tipo son devastadoras. Sobre todo si se considera que los delfines de agua dulce y otros mamíferos acuáticos, como los manatíes, suelen reproducirse durante la temporada de aguas bajas.

La muerte de cientos de delfines por el calentamiento extremo de sus aguas es solo la punta del iceberg de una crisis mayor, que afecta también a todas las comunidades humanas que dependen de estos reservorios de agua dulce. Tras los cetáceos, se produjo una mortandad masiva de peces, tanto silvestres como de cultivo. Solo en uno de los lagos afectados murieron más de 3.000 peces de acuicultura. Las altas temperaturas, además, propiciaron floraciones de microalgas nocivas que amenazan la biodiversidad lacustre y a quienes de ella dependen.

Si estos resultados son inquietantes, su posible recurrencia los hace aún más alarmantes. Tras la muerte masiva de estas especies de cetáceos  – que además se encuentran clasificadas En Peligro  – el año pasado una segunda sequía en la Amazonía batió todos los récords históricos, y nada garantiza que este tipo de eventos no se vuelvan habituales.

Los lagos del planeta son centinelas del cambio climático pues nos revelan cómo se van calentando a medida que se intensifica la emergencia climática. Sin embargo, las investigaciones se han concentrado históricamente en lagos situados en zonas templadas del planeta, no en los trópicos. Por ello el equipo de Fleischmann analizó además imágenes satelitales de la NASA y descubrió que los lagos amazónicos están aumentando su temperatura a un ritmo superior al promedio global, y que su extensión se ha reducido drásticamente en las últimas décadas. En el caso del lago Tefé, éste ya ha perdido un 75% de su superficie.

Mientras los hallazgos de esta investigación resonaban en los medios de comunicación de todo el mundo, la COP30 culminaba sin haber alcanzado un acuerdo para incluir en el texto final la necesidad de eliminar los combustibles fósiles, principal causa de la crisis climática actual. El fracaso de la COP30 subraya la necesidad de avanzar hacia un tratado vinculante de no proliferación de combustibles fósiles, al margen de las estancadas negociaciones de la ONU. En abril de 2026, Colombia liderará —junto con los Países Bajos como coanfitrión— la primera reunión internacional para la eliminación gradual de hidrocarburos. Por ahora, esta iniciativa, que gana creciente apoyo, representa la única esperanza para los delfines de agua dulce de la Amazonía y para la vida en el planeta.