Elsa Cabrera, directora ejecutiva, Centro de Conservación Cetacea
La trigésima conferencia de la Partes de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP30), que finalizó el 21 de noviembre en Belém (Brasil), culminó en un rotundo fracaso que podría abrir vías alternativas para la eliminación gradual de los combustibles fósiles.
Durante su discurso inaugural, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, calificó este encuentro como la “COP de la Verdad…donde los líderes mundiales pondrán a prueba la seriedad de sus promesas al planeta”. Tras intensas negociaciones, el texto final adoptado al cierre de la Cumbre no hace ninguna mención a los combustibles fósiles, el principal motor de la emergencia climática. El resultado deja en evidencia que los compromisos de los “líderes mundiales” no están con el bienestar de los habitantes del planeta sino con el bolsillo de la industria petrolera.
Mientras los datos evidencian un aumento del 60% en las emisiones globales de dióxido de carbono (CO2) desde 1995, el año de la primera cumbre climática, la promesa del Presidente Lula de una “COP de la Verdad” se materializó en una certeza que no puede seguir siendo ignorada: el mecanismo de consenso de la ONU no permite resolver el problema de fondo.
Otra vez, resultados decepcionantes
La petición de decenas de países, liderados por Colombia, para incluir en el texto final una hoja de ruta para la eliminación progresiva de los combustibles fósiles fue sistemáticamente bloqueada por los delegados del Grupo Árabe de 22 naciones, junto a Rusia y otros países, en un acto de negligencia colectiva que amenaza la estabilidad climática del planeta.
Los compromisos financieros para la adaptación climática, esenciales para proteger a las naciones vulnerables de los crecientes impactos producidos por la emergencia climática, quedaron plasmados en el acuerdo final solo en una promesa de triplicarse (de 40 mil millones de dólares a 120 mil millones). Sin embargo, los detalles concretos para su implementación fueron eliminados y la fecha sugerida para iniciar el programa de entrega de fondos se postergó de 2030 a 2035.
Incluso la ubicación simbólica en el Amazonas de la COP30 resultó insuficiente para incluir la deforestación en el acuerdo final.
No obstante, sería un error analizar la COP30 exclusivamente a través de los acuerdos alcanzados en la Declaración final. Esta cumbre no debería ser recordada por lo que los intereses petroleros lograron dejar fuera del acuerdo, sino por la sonora resistencia que se generó. Antes del cierre, el presidente de la COP30 – André Corrêa do Lago – anunció la creación de un grupo de trabajo externo no vinculante, fuera del proceso formal de ONU. Esta acción, que reúne a más de 85 naciones dispuestas a trabajar voluntariamente en una hoja de ruta para la eliminación gradual de los combustibles fósiles, ha sido ampliamente interpretada como la admisión de una derrota. Pero podría convertirse en la fisura por donde comienza a filtrarse una luz de esperanza.
El Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles: La alternativa pragmática que gana terreno
Porque el legado tras la fallida COP30 podría ser la formación de una nueva alianza climática, una “coalición de los dispuestos” (o coalition of the will) que ha decidido avanzar sin esperar a las naciones obstructoras. Y es aquí donde Colombia emerge, no solo como un peticionario más, sino como el líder estratégico de una alternativa concreta y ambiciosa que podría convertir la iniciativa sobre el Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles en un instrumento efectivo.
Se trata de una iniciativa internacional, y complementaria al Acuerdo de Paris, para detener progresivamente la expansión de nuevos proyectos de carbón, petróleo y gas. Desde su lanzamiento en 2019, ha sido respaldada por 18 países, cientos de ciudades, gobiernos regionales y representantes electos, decenas de pueblos originarios, más de cuatro mil organizaciones civiles, instituciones y empresas; y millones de personas – incluyendo representantes del mundo de la ciencia, la academia y la investigación.
De acuerdo con Alex Rafalowicz, director de la iniciativa, se trata de un proceso fuera de la ONU, cuyas reglas de procedimiento son demasiado dificultosas para avanzar en su implementación. Rafalowickz señaló que iniciativas históricas como el Tratado de Ottawa para eliminar las minas antipersonales, siguió un camino independiente similar antes de su creación.
Colombia, bajo el liderazgo del presidente Gustavo Petro, no solo se ha unido a esta propuesta, sino que en un movimiento geopolítico audaz, se ha convertido en el primer país productor y exportador de combustibles fósiles en hacerlo. Ya no se trata de una nación lejana a la realidad de los hidrocarburos la que pide su eliminación, sino un país cuya economía ha dependido de ellos y que por lo tanto comprende la urgencia y complejidad de una transición planificada y justa. La promesa de Petro en 2024 de no firmar contratos de exploración petrolera es una muestra de coherencia política que ayuda a fortalecer la credibilidad de esta coalición.
Santa Marta 2026, el punto de no retorno
El anuncio conjunto de Colombia y Holanda de co-organizar la Primera Conferencia para la Eliminación de Combustibles Fósiles en Santa Marta (Colombia) a fines de abril de 2026, podría convertirse en el resultado geopolítico más significativo de la cumbre de Brasil. La elección de este puerto carbonífero vital para la economía colombiana es un mensaje inequívoco de que las naciones cuya economía depende de los combustibles fósiles son los que deben liderar su abandono de manera planificada y equitativa.
Según Susana Muhamad, exministra de Medio Ambiente de Colombia y asesora del tratado de no proliferación, su objetivo es formar una coalición de países dispuestos a encontrar soluciones que no estén bloqueadas por las reglas de procedimiento de la ONU. Muhamad ha destacado que el enfoque pragmático de esta iniciativa busca enfrentar la innegable realidad que tras 30 cumbres sobre cambio climático, la humanidad no está reemplazando los combustibles fósiles con energías renovables, sino que ambos están aumentando.
Esta iniciativa tiene el potencial de convertirse en un nuevo e influyente eje de gobernanza climática global. En Brasil, el modelo de normalización de los sistemáticos fracasos de las COP ha quedado atrás después de esta alianza intergubernamental que busca superar los constantes obstáculos que no le permiten avanzar a la ONU
La COP30 podría convertirse en el punto de inflexión donde la diplomacia climática reconoce al fin sus propias limitaciones y decide evolucionar. Aunque el acuerdo oficial adoptado en Brasil es, una vez más, una decepción, el surgimiento de una vía paralela liderada por actores clave y anclada en acciones concretas representa una esperanza sobre la histórica parálisis que caracteriza a estas Cumbres. El consenso unánime es un lujo que el planeta y el futuro de la humanidad ya no pueden permitirse.
Todo parece indicar que la eliminación progresiva de los combustibles fósiles ha comenzado en Brasil. La tarea ahora es asegurar que este nuevo camino pueda llegar a convertirse en un instrumento para avanzar finalmente hacia un futuro de seguridad climática donde la era de los combustibles fósiles quede en el pasado, gracias a la determinación concertada de quienes decidieron actuar.
