Elsa Cabrera, directora ejecutiva, Centro de Conservación Cetacea
Se aproxima el final de 2025 y durante este año hemos sido testigos de un fenómeno ecológico preocupante. Diversos varamientos de ballenas en diferentes partes del mundo y con signos de desnutrición severa deberían activar una señal de alarma. Estos eventos podrían estar vinculados a un patrón global asociado con alternaciones en los ecosistemas marinos y plantean profundas interrogantes sobre la coherencia de las políticas de conservación actuales.
Los sucesos se han caracterizado por la recurrente y deteriorada condición corporal de los cuerpos de las ballenas. En abril, un ejemplar de ballena gris (Eschrichtius robustus) fue hallado en la isla de Alcatraz (California), en un estado de delgadez tan evidente que fue descrito como “un animal demacrado”. Posteriormente este patrón se repitió en decenas de ballenas grises muertas en la Laguna de Baja California (México), donde los investigadores del Gray Whale Research observaron un considerable aumento de ballenas avistadas vivas en el mar con signos de desnutrición, como escápulas y columnas vertebrales visiblemente marcadas. Más al norte, la situación se replicó durante el censo realizado por el Proyecto de Censo y Comportamiento de Ballenas Grises (California) de la American Cetacean Society. Durante el censo los investigadores no registraron ballenatos durante la migración de la especie hacia el sur, un hecho sin precedentes, mientras observaban a estos mamíferos marinos desde la costa con claros signos de desnutrición.
Este patrón de inanición no se ha limitado a las ballenas grises ni al Pacífico Este. En mayo, en la costa Atlántica de EE.UU., se registró el varamiento de un cachalote (Physeter macrocephalus) juvenil aún con vida en las cercanías de Carolina de Sur. El individuo se encontraba en un estado de desnutrición tan severo que tras la evaluación veterinaria se determinó que no existía ninguna posibilidad de supervivencia, lo que finalmente llevó a su eutanasia por parte de un equipo especializado.
Para junio la situación de la ballena gris en el noroeste del Pacífico había empeorado. El Colectivo de Cascadia Research había reportado 13 varamientos de individuos muertos solo en Washington, más del doble que el promedio habitual. Tras la consolidación de la información, el Servicio de Pesca de la Agencia Oceanográfica y Atmosférica de EE.UU. (NOAA Fisheries) confirmó un total de 47 ballenas grises varadas hasta ese mes.
Finalmente, la escala global del problema quedó en evidencia con el varamiento de una ballena azul (Balaenoptera musculus) en la costa de Perú en octubre pasado, y una ballena jorobada juvenil (Megaptera novaeangliae) en Oregón (EE.UU) en noviembre. En ambos casos, los reportes oficiales de los grupos de investigación señalaron la desnutrición como el factor de causa probable.
Frente a esta crisis, la comunidad científica internacional ha respondido con una acción contundente. El 1ro de agosto el Dr. Richard Styner, de la Universidad de Alaska, presentó una propuesta formal al Servicio Nacional de Pesca norteamericano para reintegrar a la ballena gris a la Lista de Especies en Peligro de EE.UU. La iniciativa, que busca activar protecciones adicionales, no es un esfuerzo aislado. En una carta dirigida al NOAA Fisheries el 31 de octubre pasado, decenas de investigadores de cetáceos – incluida la especialista del Centro de Conservación Cetacea de Chile, Bárbara Galletti – señalaron su profunda preocupación por el descenso poblacional de la ballena gris, citando que ésta ha disminuido de aproximadamente 27 mil ejemplares en 2016 a solo 13.000 en 2025. Por ello, en la carta expresan su apoyo a la solicitud de Styner, afirmando que la petición presenta información científica sustancial necesaria para justificar la acción solicitada e insta a la NOAA a proceder con rapidez en el proceso.
En el caso de la ballena gris, la evidencia científica apunta de manera consistente a los cambios en los ecosistemas de las zonas de alimentación en el Ártico. Entre 2018 y 2023 esta especie sufrió lo que se denomina un Evento de Mortalidad Inusual (UME por siglas en inglés). De acuerdo a la NOAA, este evento se habría producido por alternaciones en el acceso a sus presas debido a variaciones vinculadas al cambio climático. En dicha oportunidad, la malnutrición redujo la tasa de natalidad e incrementó el número de ballenas muertas. Los eventos registrados este año y que han motivado la solicitud de reintegración de la especie en la lista de especies en peligro, sugieren que esta presión ecológica no solo persiste, sino que podría estar intensificándose.
Bajo esta agobiante realidad, resulta paradójico que Estados Unidos continue gestionando un permiso de caza aborigen para la comunidad Makah, cuyo objetivo es reanudar la matanza de estos grandes cetáceos tras décadas de protección. El avance de esta iniciativa frente a la evidencia científica representa una grave contradicción con los principios de conservación fundamentados en la investigación. El otorgamiento de este permiso de caza sería, al menos, una decisión que conscientemente ignora el evidente estado de precariedad al que avanza la especie.
Esta incoherencia se profundiza aun más cuando consideramos el papel ecológico de las ballenas para el buen funcionamiento del ecosistema. La Comisión Ballenera Internacional (CBI) ha reconocido en diversas resoluciones – lideradas por Chile y el grupo de países latinoamericanos conocido como el Grupo Buenos Aires – que estos mamíferos marinos cumplen un rol fundamental en temas tan contingentes como el cambio climático y la productividad marina. A través de la fertilización del fitoplancton con sus heces y el secuestro de carbono con sus cuerpos, las ballenas son verdaderas aliadas en la mantención de pesquerías saludables y la mitigación de los impactos efectos del cambio climático. Debilitar a sus poblaciones ya sea mediante la inacción frente a la amenaza climática o mediante la adopción de medidas de gestión que ignoran la evidencia científica, no sólo amenaza los vitales servicios ecosistémicos brindados por las ballenas, sino que también aumenta los impactos negativos del mismo fenómeno que las está matando de hambre.
Los crecientes registros de varamientos de ballenas con signos de desnutrición en 2025 y el llamado de la comunidad científica para reintegrar a la ballena gris en la Lista de Especies en Peligro de EE.UU. son indicadores biológicos y sociales que evidencian la deteriorada salud del océano y la necesidad de acción frente al grave debilitamiento de las medidas de conservación de la biodiversidad marina. Priorizar la protección integral de las poblaciones de ballenas no sólo es un imperativo de conservación basado en la ciencia sino también una necesidad ineludible si queremos mantener la resiliencia de los ecosistemas marinos de la cual también depende el futuro de la humanidad.
