¿Qué tienen en común la ballena azul (balaenoptera musculus), el mamífero más grande que ha existido en nuestro planeta, y el krill antártico (euphausia superba), una de las especies de invertebrados más pequeña del reino animal? Aparte que el krill constituye la principal fuente de alimento de las ballenas azules podríamos pensar que no mucho.
Sin embargo, las próximas reuniones de la Convención para la Conservación de los Recursos Marinos Vivos Antárticos (CCRVMA), a realizarse el próximo octubre en Australia, y la de Comisión Ballenera Internacional en Chile el 2008, nos llaman a reflexionar sobre la coherencia y efectividad de las políticas nacionales e internacionales de conservación y manejo de los recursos y ecosistemas marinos australes y especialmente sobre estas dos especies en particular.
Tomemos el caso de la ballena azul. Hace 200 años, miles de estos gigantes marinos recorrían los océanos del planeta, manteniéndose a salvo de la caza indiscriminada de ballenas, gracias a que su rapidez y peso las convertía en presas imposibles para las lentas embarcaciones a vela, que carecían de tecnología para mantener a estos animales a flote una vez muertos.
Sin embargo, la revolución industrial introdujo nuevas tecnologías que marcaron el futuro de estos cetáceos. A fines del 1800, veloces embarcaciones impulsadas a vapor pusieron al alcance de los intereses balleneros a las especies más grandes y codiciadas. Sin embargo fue el noruego Svend Foyn quien en 1864 transformó la industria ballenera al inventar el cañón-arpón, una letal arma que en su punta contiene una granada que explota tras impactar a la presa.
60 años después, la Liga de las Naciones realizó infructuosos intentos por regular la ballenería industrial ante el colapso de las poblaciones de grandes cetáceos y en 1946 se estableció la Convención Internacional para la Regulación de la Ballenería (CIRB). Sin embargo, a esas alturas los intereses económicos de la industria ballenera superaban con creces la necesidad de garantizar la sustentabilidad de la actividad ya que estos cetáceos generaban productos vitales para mantener la nueva era industrial (lubricantes, combustible para la iluminación, etcétera).
Estos factores económicos causaron que el organismo ejecutivo de la CIRB, la Comisión Ballenera Internacional (CBI), fuera incapaz de acodar medidas de conservación efectivas para cumplir con el objetivo de la Convención de resguardar las poblaciones de ballenas para las generaciones futuras.
Para las ballenas azules, el resultado fue devastador: la población mundial fue eliminada en más de un 99 por ciento y sólo recibió protección en 1965, cuando los costos asociados a su captura la convirtieron en una especie poco rentable. A pesar del inminente colapso de otras poblaciones de ballenas, tuvieron que pasar más de 20 años para que la CBI pudiera acordar en 1982 la protección a todas las especies de ballenas mediante una moratoria sobre la caza comercial.
Pero, la dramática reducción de las poblaciones de ballenas generó expectativas sobre el potencial económico de una nueva pesquería relacionada con el alimento preferido de estos cetáceos: el krill antártico.
Interés por lo diminuto
Según fuentes de la industria, el krill es la mayor fuente de recursos marinos sin explotar con una biomasa estimada de 400 a 500 millones de toneladas métricas. Esto corresponde a más del 50% de la biomasa combinada de todas las otras especies marinas que se capturan.
Las capturas de krill alcanzaron un peak máximo en 1986, con 550 mil toneladas métricas realizada por una flota soviética en expansión, pero desde ahí se inicio una declinación, estabilizándose en alrededor de 100 mil toneladas.
La preocupación sobre las consecuencias de la expansión descontrolada de las operaciones sobre esta especie, fue la base para el establecimiento de la CCRVMA el mismo año que la CBI aprobó la moratoria sobre la caza comercial de ballenas (1982).
En ese entonces, problemas relacionados a la falta de tecnología para capturar y procesar el krill, rápidamente cambiaron los intereses de explotación en el océano austral hacia otras especies más rentables comercialmente.
Pero la reciente introducción de nueva tecnología y las crecientes alternativas de comercialización que ofrece el krill podrían tener en el corto plazo profundos impactos sobre este crustáceo clave del ecosistema antártico y de las especies que se alimentan de él, tales como pingüinos, albatros, petreles, focas, ballenas, peces y calamares.
Una nueva era para la pesquería de krill antártico también está naciendo gracias a nuevas tecnologías especialmente de Noruega, que implementa verdaderas fábricas flotantes que pueden llegar a capturar y procesar hasta 120 mil toneladas de krill en una sola temporada mediante un nuevo sistema de “aspiración continua”.
Además, los diversos usos comerciales del krill en áreas como la alimentaria y farmacéutica, suplementos de salud y la producción de harina y aceite para la industria salmonera, están generando una creciente presión que aumenta la demanda de esta especie, lo que ha despertado el interés de varias naciones industrializadas en expandir o iniciar operaciones industriales orientadas a esta especie.
Estos factores son de especial preocupación para las organizaciones ciudadanas, si consideramos que actualmente la pesquería del krill antártico es la única que no se encuentra regulada bajo la CCRVMA, a pesar de la importancia vital que tiene para la existencia de la vida en los ecosistemas antárticos y del océano austral.
En 2006 la CCRVMA logró avanzar hacia el ordenamiento de la pesquería del krill antártico acordando la implementación de un sistema para conocer con antelación las intenciones de captura de krill de los países miembros y no miembros, con el fin de abordar de mejor manera el tema durante las asambleas anuales que se realizan todos los octubre en Australia.
La aplicación de esta medida evidenció que el futuro de la pesquería de krill estaría ad portas de sufrir una profunda transformación, ya que las intenciones de captura para la temporada 2007/2008 superan las 600 mil toneladas, cinco veces más que el promedio de captura de temporadas anteriores.
La experiencia de la ballena azul (y de la ballenería en general), demuestra la urgente necesidad de regular efectivamente la explotación de estas especies marinas, antes que poderosos factores económicos dificulten o impidan la adopción de medidas de conservación efectivas que minimicen los impactos negativos sobre la especie-objetivo y sus ecosistemas.
Frente al desarrollo de nuevas tecnologías, el aumento sostenido de la demanda de krill antártico y la incertidumbre sobre los impactos negativos de la expansión acelerada de esta industria y la débil regulación de su pesquería, en el contexto de los impactos acumulativos generados por el cambio climático global, los países miembros de la CCRVMA, como Chile, tienen la obligación de evitar repetir los errores del pasado y avanzar rápida y expeditamente hacia un ordenamiento de esta pesquería.
Esto debe incluir la incorporación de un esquema internacional de observadores a bordo de las naves que capturan krill que le permita a la Comisión cumplir efectivamente con el mandato de conservación y uso racional de estos recursos.
Por Elsa Cabrera, Directora Ejecutiva Centro de Conservación Cetacea