La prensa japonesa informó la semana pasada acerca de la realización del festival de la ballena en la localidad de Hanshin. Tres toneladas de carne de ballena estarán a disposición de los consumidores, quienes podrán adquirir distintas preparaciones a mitad del precio hasta el próximo mes de febrero.
La carne proviene de ballenas minke, sei y cachalotes capturados bajo supuestos fines de “investigación científica” así como de ballena de aleta procedente de controversiales importaciones desde Islandia.
De acuerdo a los organizadores, el objetivo del festival de la ballena de Hanshin es “preservar la cultura gastronómica japonesa”, una premisa promovida también de manera activa por el gobierno japonés con el fin de continuar la matanza de ballenas, incluso en áreas designadas como santuarios.
Sin embargo, los esfuerzos invertidos por el gobierno japonés para mantener a flote la moribunda industria ballenera están fracasando. En 2010 Japón alcanzó la cifra record de seis mil toneladas de carne de ballena almacenadas en frigoríficos debido a la continua declinación del numero de consumidores de carne de cetáceos. Este podría ser uno de los motivos por el cual festivales de la ballena como el de Hanshin necesitan reducir en un 50 por ciento el precio de la carne de estos mamíferos marinos.
La razón detrás del continuo desinterés del pueblo japonés por la carne de ballena podría ser que su consumo ancestral no forma parte de una tradición milenaria de todo el pueblo japonés. De hecho éste se limitaba en la antigüedad a sólo cuatro localidades costeras de Japón. No fue sino hasta el fin de la segunda guerra mundial que el consumo se masificó temporalmente con el fin de suplir de proteína animal a la entonces devastada nación japonesa.
Hasta inicios del siglo 20 diversas comunidades niponas alrededor del país oriental mantenían tradiciones culturales milenarias relacionadas a las ballenas muy distintas a la caza y el consumo de cetáceos. Pero la expansión de la ballenería industrial en Japón las eliminó por completo.
Un ejemplo dado por el autor japonés Jun Morikawa en su libro “Ballenería en Japón” es el pueblo de Same, una comunidad de pescadores localizada en la prefectura de Aomori. A principios del siglo pasado las ballenas no constituían especies comestibles para los habitantes de Same sino todo lo contrario. La comunidad veneraba a las ballenas como parte de las deidades llamadas Ebisu-sama (Dioses de la Buena Fortuna) que los bendecían con abundantes capturas de sardinas.
En 1911 la tenaz oposición de la comunidad de Same al funcionamiento de una estación ballenera costera construida por la empresa Toyo Hogei para faenar y procesar la carne y grasa de ballenas llevó a los pescadores a tomar medidas extremas como incendiar la instalación.
Sin embargo los poderosos intereses económicos de la industria ballenera prevalecieron y las estaciones costeras se extendieron rápidamente por todo Japón. Para mediados del siglo 20 la ballenería nipona se había consolidado como una industria monolítica caracterizada por ciclos repetitivos de sobre explotación, descenso de los precios, devastación de las poblaciones y finalmente la intervención y el subsidio del gobierno japonés.
El mismo gobierno que hoy promueve el consumo de carne de ballena en ferias y festivales como la única tradición cultural del pueblo japonés con las ballenas. Todo con el fin de mantener con vida una industria que hace sólo cien años eliminó culturas milenarias para después llevar al borde de la extinción a la mayoría de las especies de ballenas.
Por: Elsa Cabrera, Centro de Conservación Cetácea
Fuente: “Whaling in Japan: Power, Politics and Diplomacy” de Jun Morikawa; The Japan Times, ABC News