A pesar de que la crisis sanitaria generada por la pandemia COVID19 atrae la mayoría de la atención mundial, la emergencia climática continúa siendo uno de los mayores desafíos que enfrenta la humanidad. Sus impactos no sólo ponen en peligro la estabilidad económica y social, sino la existencia misma de la vida en el planeta. Mitigar sus impactos requiere de voluntad política, cambios estructurales profundos y soluciones basadas en la naturaleza.
De acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), las soluciones basadas en la naturaleza son acciones para proteger, gestionar de manera sostenible y restaurar ecosistemas naturales y modificados que abordan los desafíos sociales de manera eficaz y adaptativa, proporcionando simultáneamente bienestar humano y beneficios a la biodiversidad. Y es aquí donde la ciencia está demostrando que las ballenas vivas son aliadas estratégicas.
Comen Dióxido de Carbono y No Peces
A lo largo de su ciclo de vida, e incluso después de su muerte, las ballenas remueven toneladas de dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera.
Mientras navegan enormes distancias a través del océano, las heces y orina de las ballenas – ricas en hierro y nitrógeno – elevan el nivel de nutrientes en el agua, promoviendo el florecimiento de microscópicas algas marinas conocidas como fitoplancton. Aunque pequeñas, estas criaturas son vitales para el ecosistema marino y el bienestar del planeta. A través de la fotosíntesis, el fitoplancton y las algas marinas son responsables de producir al menos el 50 por ciento de todo el oxígeno planetario y absorber el 40% de todo el CO2 emitido por las actividades humanas, o cuatro veces la cantidad capturada por la selva amazónica.
Sus enormes cuerpos también son reservorios de CO2, el cual van acumulando a lo largo de su ciclo de vida. Cuando mueren, sus restos caen al suelo marino y todo este carbono queda atrapado bajo las aguas oceánicas por siglos e incluso milenios.
Por eso, algunos investigadores afirman que las ballenas no comen peces sino carbono.
Repoblando el Océano de Ballenas
Llevadas al borde la extinción por la industria ballenera, las especies de ballenas encontraron una segunda oportunidad de sobrevivir hasta nuestros días gracias a la moratoria global sobre la caza comercial adoptada por la Comisión Ballenera Internacional en la década de 1980.
Un ejemplo es la población de ballenas jorobada que se reproduce en las aguas de Brasil y se alimenta en la Antártica durante el verano austral. Registros históricos sugieren que antes de la caza comercial su población alcanzaba cerca de 27 mil ejemplares, pero para 1950 sólo llegaba a 450 individuos. Un reciente estudio afirma que, tras la implementación de la moratoria, esta población se ha recuperado en más de un 90 por ciento del número total estimado antes de la ballenería industrial.
El estudio agrega que la protección efectiva de esta sola población de ballenas jorobada tiene como efecto la captura de más de 800 mil toneladas de CO2 al año, o aproximadamente el doble de las emisiones generadas por países pequeños como Belice o Bermuda.
Este ejemplo de recuperación de una población que fue llevada al borde de la extinción evidencia los resultados positivos que se obtienen cuando los gobiernos se unen y coordinan acciones multilaterales para proteger el océano. Tras la moratoria, la CBI también creó dos santuarios de ballenas en el Océano Indico y el Océano Austral. La Convención Sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) posteriormente adoptó estrictas medidas que prohíben la comercialización de carne y productos de ballenas. Gracias a este conjunto de medidas, hoy las ballenas pueden ser valoradas por los aportes que prestan al bienestar y funcionamiento de los ecosistemas.
Un estudio del Fondo Monetario Internacional (FMI) calculó los beneficios brindados por las ballenas a lo largo de su vida, incluyendo su aporte en la captura de CO2 de la atmósfera, en un billón de dólares.
Mayores Medidas de Protección
Un estudio publicado en 2010 concluyó que antes de la ballenería industrial, las poblaciones de ballenas podrían haber capturado hasta 1.9 millones de toneladas de CO2 anualmente, o el equivalente a eliminar más de 400 mil autos activos al año. Por el contrario, cuando son cazadas, este gas se libera a la atmósfera, agravando la actual emergencia climática.
Aunque todas las especies de ballenas pudieran recuperarse a niveles existentes antes de la ballenería industrial, el total del CO2 removido de la atmósfera continuaría siendo un pequeño porcentaje respecto al total de emisiones generadas por las actividades humanas. Por ello la cooperación internacional es fundamental para avanzar en soluciones integrales que consideren a las ballenas como un elemento más en la mitigación a la emergencia climática. Por ejemplo, la protección de los cetáceos podría ser integrada a los objetivos del Acuerdo de Paris.
A pesar de la efectividad de la moratoria para la conservación de diversas especies y poblaciones de ballenas, muchas todavía se encuentran vulnerables o en peligro debido a un creciente número de amenazas, que incluyen contaminación acústica marina, escasez de alimento, enmallamiento en redes de pesca, colisión con embarcaciones, contaminación química, pérdida de hábitat y aumento de la temperatura del agua oceánica, entre otros.
Diversos especialistas concuerdan que los impactos, directos e indirectos asociados a la emergencia climática, podrían llevar súbitamente a la extinción a poblaciones de ballenas. Un reciente reporte del Servicio de Pesca de Estados Unidos (NMFS), afirma que entre 2016 y 2020, más de seis mil ballenas grises del Pacífico Norte han muerto como resultado de eventos de mortalidad inusual. Aunque el origen de estas muertes continúa siendo indeterminado, un porcentaje evidenció mal estado nutricional, sugiriendo que la reducción de su fuente de alimento, producto de la pérdida de hielo polar en la zona de alimentación de esta especie en el Ártico, podría ser una de las causas. De acuerdo con los investigadores, si este fuera el caso, los eventos de mortalidad inusual de ballenas gris del pacífico Norte podrían ser más frecuentes y resultar en una mayor declinación de la población durante las próximas décadas.