El pasado 26 de diciembre, en medio de las festividades de navidad y año nuevo, el gobierno de Japón anunció su intención de retirarse de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) con el objetivo de reanudar la caza comercial de ballenas el próximo mes de Julio en sus aguas jurisdiccionales.
Medios de comunicación y redes sociales quedaron inundados de noticias y comentarios llenos de indignación y temor frente a la noticia. Sin embargo, desde la implementación de la moratoria global sobre la caza comercial de ballenas en 1986, el gobierno japonés jamás ha respetado esta medida de protección. En poco más de 30 años, la flota ballenera japonesa ha eliminado más de 17 mil ballenas de los océanos, en un intento por mantener activo el comercio local de carne y productos de estos mamíferos marinos.
Además, el gobierno de Japón ha abusado y desacreditado el propósito de investigación científica establecido por la CBI, argumentando que dichas capturas forman parte de programas “científicos”. Esta afirmación fue derribada en 2014 cuando el máximo órgano legal internacional, la Corte Internacional de Justicia, sentenció estas matanzas como ilegales, por su carácter comercial, y ordenó detener inmediatamente este tipo de programas. La respuesta de Japón fue, básicamente, cambiar el nombre del programa de investigación de caza “científica” de ballenas y continuar adelante con la matanza.
Las operaciones balleneras de Japón en nombre de la ciencia durante las últimas tres décadas no sólo violan la moratoria sobre la caza comercial de ballenas. También transgreden áreas de protección establecidas bajo el derecho internacional. El mayor porcentaje de las matanzas las ha realizado en el Océano Austral, un área designada en 1994 como santuario de ballenas por todos los miembros de la CBI, excepto Japón. Y desde el año pasado, la flota ballenera nipona antártica orientó sus esfuerzos de captura en la recientemente designada Área Marina Protegida de Mar de Ross, creada bajo la Convención para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA).
La continuación de la caza comercial de ballenas a pesar de la moratoria no es la única conducta cuestionable del gobierno de Japón como miembro de la CBI. La utilización de programas de financiamiento pesquero a países en desarrollo de África y el Caribe – preferentemente en situaciones políticas y económicas vulnerables – a cambio de su membresía y apoyo a sus políticas balleneras en la CBI, se ha convertido en el mayor obstáculo para adaptar el trabajo de la Comisión a los intereses actuales y necesidades de conservación de los cetáceos en el mundo. Propuestas como la creación del Santuario de Ballenas del Atlántico Sur no han logrado obtener el 75 por ciento del apoyo necesario para su establecimiento, exclusivamente por los votos en contra de los países reclutados por Japón.
El gobierno de Japón afirma que debe abandonar la Comisión porque la CBI es un organismo disfuncional, incapaz de permitir la caza comercial de ballenas. Sin embargo, los hechos parecieran evidenciar que existen otras razones. Su primer ministro, Shinzo Abe, es representante electoral de Shimonoseki, uno de los principales puertos balleneros de ese país. Además, Abe es miembro del Partido Democrático Liberal, compuesto por influyentes políticos pertenecientes a municipios con intereses balleneros que han hecho un fuerte lobby para reanudar operaciones balleneras de carácter comercial.
Sin embargo, la viabilidad económica de esta verdadera apuesta japonesa para intentar reanudar la caza comercial de ballenas ha sido puesta en duda, incluso por los mismos operadores balleneros japoneses. Se calcula que el consumo promedio anual de carne de ballena por persona en Japón es de sólo 30 gramos y el precio de estos productos ha bajado cerca de un 40 por ciento durante la última década.
Pero quizás uno de los aspectos que parecen más sorprendentes del retiro de Japón de la CBI, es su decisión de finalizar las operaciones balleneras en el santuario de ballenas del Océano Austral. Esta área siempre ha sido su principal objetivo para reanudar y revitalizar la caza comercial de ballenas. El constante desinterés del público japonés por consumir carne de ballena y factores económicos podrían servir de explicación. En enero de 2018, la Agencia de Pesca de Japón informó que presentaría un plan para renovar la flota ballenera de aguas distantes, evidenciando que no existía ningún interés de Japón de abandonar la CBI. Por el contrario, buscaba financiamiento para asegurar el funcionamiento a largo plazo de sus operaciones balleneras en Antártica. La antigüedad y precariedad en materia de seguridad marítima de la flota ballenera japonesa, unido a medidas de seguridad adoptadas por la Organización Marítima Internacional para naves que operan en el Océano Austral, obligan a Japón a renovar su flota de caza de ballenas si desea continuar operando en la Antártica. Pero dotar a Japón de una revitalizada flota ballenera requiere necesariamente de garantías y certeza jurídica que aseguren la recuperación de la inversión. A pesar de sus continuos esfuerzos por imponer su unilateral política ballenera, levantar la moratoria y eliminar el santuario, Japón no logró conseguir ninguno de estos objetivos al interior de la CBI. Como resultado, el interés para financiar una nueva flota se desvaneció.
Las consecuencias tras el abandono de Japón de la CBI son múltiples y variadas.
El gobierno de Japón presenta su salida de la CBI como una solución para revitalizar la caza comercial de ballenas en su Zona Económica Exclusiva y mar territorial. Sin embargo, la moratoria también se aplica en aguas jurisdiccionales. Además, el Artículo 65 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, de la cual Japón es parte, obliga a los estados miembro a “trabajar a través de las organizaciones internacionales apropiadas” para la caza de ballenas. Esa organización es la CBI. Y aunque Japón asegura que continuará participando como observador en la Comisión, dicho estatus no le otorga el derecho a reanudar la caza comercial de ballenas. De seguir adelante con sus intenciones, pasará a convertirse en una nación ballenera pirata. La respuesta de la comunidad interncional debería ser lo suficientemente fuerte para detener a Japón y evitar que otros países sigan este peligroso ejemplo de menosprecio al estado de derecho internacional.
A excepción de la CBI, Japón se ha caracterizado por apoyar el multilateralismo. Por ello su salida de la CBI podría ser visto como una señal de cambio de esta política tradicional y – tras la salida de EE.UU. del Acuerdo de Paris sobre Cambio Climático – constituye una preocupante tendencia donde los países simplemente abandonan todo esfuerzo de cooperación cuando sus intereses particulares difieren de los acuerdos alcanzados por la comunidad internacional.
Para la CBI, la salida de Japón representaría un cambio positivo. Por primera vez en más de un siglo el Océano Austral quedaría libre de la matanza de estos cetáceos. El santuario de ballenas del Océano Austral finalmente sería íntegramente respetado tras 25 años desde su creación, así como el área marina protegida del Mar de Ross, creada bajo la CCRVMA en Octubre de 2016. La membresía de la CBI podría cambiar con el eventual retiro de países que se han mantenido como aliados incondicionales de Japón en la Comisión a cambio de programas de financiamiento pesquero y otros favores. El trabajo de la Comisión dejaría de ser obstaculizado por el que ha sido uno de los temas más contenciosos desde la creación de este organismo internacional: la denominada caza “científica” de ballenas de Japón. Los miembros de la CBI podrán enfocar sus esfuerzos y recursos financieros en avanzar efectivamente en el desarrollo global y ordenado del uso no letal de las ballenas (turismo e investigación científica), así como en programas que permitan a estos gigantes marinos enfrentar el creciente número de amenazas – como cambio climático, contaminación, colisión con embarcaciones, enmallamiento en redes de pesca, basura marina, etc. – que ponen en riesgo su conservación.
Para las ballenas y los océanos, el cierre de la matanza de ballenas en aguas internacionales es un paso adelante en la conservación de estos mamíferos, sus ecosistemas marinos y el planeta. Las ballenas cumplen un papel fundamental en la fertilización de los océanos. Sus fecas, ricas en hierro, nitrógeno y otros nutrientes, son esenciales para el florecimiento plantas microscópicas (fitoplancton) que alimentan y sustentan la vida de una rica diversidad de especies de zooplancton, que a su vez conforman la base de la alimentación de todas las demás especies de la red trófica marina, incluidas las ballenas. Al contrario de lo promovido por la propaganda japonesa, no es necesario cazar ballenas para mantener poblaciones sanas de peces. Todo lo contrario. Si la ballenería comercial no hubiera llevado al borde de la extinción a la mayoría de las especies de ballenas, hoy contaríamos con océanos más sanos, resistentes y productivos.
Las ballenas además son aliadas estratégicas en temas tan contingentes y preocupantes como el cambio climático. El fitoplancton y las algas marinas usan dióxido de carbono, agua y energía solar para producir su alimento, liberando oxígeno en el proceso. La ciencia actual sugiere que las plantas marinas producen más del cincuenta por ciento del oxígeno del planeta. Proteger a las ballenas como promotoras de la abundancia vegetal marina es vital. No sólo para mantener y aumentar la capacidad de los océanos de capturar CO2. La mitad del oxígeno que respiramos a lo largo de nuestras vidas depende en gran medida de poblaciones saludables de ballenas.
El conocimiento científico actual sobre la importancia de las ballenas vivas para la salud de los océanos y la productividad marina es tan importante, que en el 2016 y 2018 la CBI se convirtió en el primer organismo internacional en adoptar dos resoluciones, impulsadas por Chile, que buscan integrar completamente estos parámetros en sus procesos de decisión.
En su sentencia contra Japón en 2014, la Corte Internacional de Justicia afirmó que la CBI es un organismo en evolución. Al igual que otros procesos evolutivos, es de esperar que la incapacidad de Japón para adaptarse a los intereses de uso y necesidades actuales de conservación de los cetáceos conduzca a la desaparición de una práctica innecesaria, anacrónica y perjudicial para la salud de los océanos y el bienestar del planeta, como lo es la caza comercial de ballenas.
Por Elsa Cabrera, directora ejecutiva del Centro de Conservación Cetacea y observadora acreditada ante la CBI dese 2001.