El tapón auditivo rico en grasa revela trazas químicas de toxinas como retardantes de fuego y mercurio, de acuerdo a un estudio publicado recientemente en Procedimientos de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
24 de Septiembre de 2013 – Investigadores norteamericanos descubrieron que la cera dentro del oído de las ballenas guardan toda clase de información sobre la exposición de los animales a contaminantes y sobre variaciones en los niveles de estrés registrados a lo largo de la vida.
En 2007 un equipo científico liderado por el investigador medio ambiental de la Universidad Baylor en Texas (EE.UU.), Sascha Usenko, extrajo el tapón del oído de una ballena azul (Balaenoptera musculus) muerta en una colisión con una embarcación en la costa de Santa Bárbara (California). Los resultados de los análisis revelaron que el cetáceo había estado en contacto con varios contaminantes persistentes orgánicos (COPs) y alcanzado altos niveles de hidrocortisona, una hormona producida por la glándula suprarrenal que se libera como respuesta al estrés.
Los resultados del estudio fueron publicados recientemente en Procedimientos de la Academia Nacional Ciencias de Estados Unidos.
A pesar que desde hace varios años los científicos utilizan pequeñas muestras (biopsias) de la capa de grasa que recubre el cuerpo de las ballenas para medir la presencia de contaminantes, estos análisis no indican cuándo ocurre la contaminación química ni cuánto tiempo actúa en el cuerpo de estos mamíferos marinos.
El tapón de cera del oído de la ballena es un deposito rico en grasa que guarda los mismos datos químicos que la capa de grasa del cuerpo, pero a diferencia de ésta, también archiva la información cronológicamente, de manera similar a los anillos de los árboles. La cera del oído se deposita en bandas claras y oscuras. Cada banda corresponde a periodos aproximados de seis meses en la vida de estos grandes cetáceos.
Trazas Químicas
Usenko y su equipo de investigación estimó que el macho de ballena azul tenía cerca de 12 años de edad. Durante su corta vida estuvo en contacto con 16 contaminantes orgánicos persistentes (COPs), incluyendo pesticidas y retardantes de fuego. La investigación reveló que la exposición a los químicos más persistentes se produjeron en su mayoría durante el primer año de vida de la ballena, correspondiente a una quinta parte del total de su vida, sugiriendo que la transferencia de contaminantes se inició en el útero de la madre y a través de la lactancia. La trasferencia maternal de contaminantes está bien documentada en varias especies de mamíferos, como focas y humanos. Una vez que los contaminantes entran en la cadena alimenticia se acumulan en los tejidos y órganos.
Usenko afirmó que aunque algunos de los contaminantes identificados ya no son utilizados, como retardantes de fuego que fueron prohibidos en 2005, “algunos pueden permanecer en el ambiente por 50 a 60 años”. Otras toxinas descubiertas en el tapón de cera del oído habrían sido acumuladas a lo largo de la corta vida de la ballena azul. Por ejemplo, los resultados de la investigación revelaron altas exposiciones a mercurio – que puede causar daños cerebrales – cuando el ejemplar tenía aproximadamente 5 y 10 años de vida.
La investigación también reveló que las concentraciones de hidrocortisona se duplicaron durante la vida de la ballena. El nivel más alto se produjo después que la ballena alcanzara la madurez sexual, cerca de los 10 años, sugiriendo que podría estar relacionado a competencia sexual con otros machos. Pero aún no hay claridad si el aumento total de la hormona podría deberse a causas naturales como el fin de la lactancia o actividades humanas relacionadas a la contaminación acústica y otras amenazas de origen antropogénico.
Para el biólogo marino Jeremy Goldbogen del centro de investigación Cascadia Research “la investigación es interesante pero la inhabilidad para distinguir los niveles de estrés iniciales de aquellos asociados a perturbaciones antropogénicas continua siendo una limitante.”
Para solucionar este vacío Usenko y su equipo esperan investigar algunos de los mil o más especímenes de ballenas muertos que se encuentran en museos alrededor del mundo. “Si podemos analizar muestras de ballenas que vivieron en un medio ambiente libre de los factores que actualmente producen estrés, podríamos esclarecer las causas del aumento de los niveles de hidrocortisona” afirmó el investigador.
Fuente: Nature. Traducción y edición: Centro de Conservación Cetacea