El sonido llega zumbando bajo. Es sordo y penetrante. Afecta al oído como el golpeteo de un martillo y hace vibrar el diafragma. Uno se lleva institivamente las manos a las orejas para taparlas. “Así suena un sónar submarino para las grandes ballenas”, explica el biólogo marino Karsten Brensing y apaga el reproductor con las grabaciones de los ruidos.
La “contaminación sonora” de los mares se produce por el uso de aparatos de sónar activos y emisores de ondas sísmicas, como los que se utilizan para buscar materias primas o detectar submarinos enemigos.
El ruido submarino perjudica y daña el oído sensible de ballenas y delfines, que con frecuencia ya no se pueden comunicar entre sí y pierden la orientación.
El experto alemán compara el estado actual de conocimiento sobre la “contaminación acústica” bajo el agua con la década del 80, cuando la opinión pública mundial se sorpendió por la magnitud de la contaminación de los mares con productos químicos.
A lo largo de los 3.500 kilómetros de costa de Sudáfrica cada año pasan a partir de junio miles de ballenas. En la pequeña ciudad pesquera Hermanus, estos gigantes de los mares hasta se pueden observar cómodamente desde la playa.
En esta localidad, las autoridades supieron cómo aprovechar este espectáculo de la naturaleza. Recientemente, declararon el sitio “capital mundial de las ballenas” y comercializaron el hecho de que en la bahía Walker se pueden observar hasta 100 ballenas con sus crías en la temporada de reproducción.
Sin embargo, a miles de kilómetros de Sudáfrica se desarrollan desde hace largo tiempo muchos dramas de manera casi inadvertida. En períodos cada vez más breves, las ballenas quedan varadas y mueren, como por ejemplo en Australia, donde a fines de noviembre del año pasado 150 ballenas piloto o calderón nadaron hacia la costa oeste de la isla de Tasmania y ya no pudieron regresar a mar abierto, al haber quedado atrapadas en aguas poco profundas.
Frente a Escocia, a comienzos de 2008 llegaron varias ballenas muertas de diferentes especies. Ante la costa del Mar Báltico, en 2007, naturalistas encontraron 175 cadáveres de marsopas.
“Casi no nos enteramos de la mayoría de los eventos, porque muchas ballenas simplemente se hunden y ni siquiera quedan varadas”, dijo Brensing, científico alemán que pertenece a una red global de expertos reunidos bajo el paraguas de la Sociedad de Conservación de Ballenas y Delfines (WDCS, según sus siglas en inglés).
Actualmente está abocada ante todo a la creación de áreas protegidas. Sólo en un 0,5 por ciento de los mares del mundo los mamíferos marinos están protegidos frente a devastadoras prácticas de pesca, la contaminación sonora y los cazadores.
Mientras Brensing lucha en Sudáfrica por interesar a la opinión pública en los riesgos para la población de cetáceos, los protectores de ballenas en Estados Unidos sufrieron un revés.
Allí, el Tribunal Supremo permitió el uso de aparatos de sónar en maniobras de la Marina frente a la costa de California pese a los reparos presentados por ambientalistas.
Los protectores de ballenas temen que las ondas sonoras perturban el sentido de orientación, por lo que los animales se podrían extraviar y quedar varados.
La Marina argumenta que las restricciones al uso del sónar perjudican su capacidad de detectar submarinos enemigos ultramodernos. El Tribunal Supremo hasta revocó una decisión de un tribunal de San Francisco, que imponía ciertas condiciones a la Marina, entre ellas la de apagar el sónar cuando se avistaban mamíferos marinos a una distancia de dos kilómetros.
La Marina indicó que tiene previsto reducir la intensidad de las ondas sonoras si se ven ballenas en el mar. Sin embargo, para Brensing esto no es suficiente.
“Los militares son los principales responsables del varamiento de ballenas”, dice Brensing convencido y señala que hasta mediados de los años 70, los submarinos todavía era muy ruidosos y por lo tanto fáciles de localizar.
“Hoy hay tipos de submarinos más silenciosos, que se deben buscar con un sónar activo, y para ello se utilizan frecuencias más bajas”, explicó en científico.
El ruido que emite el sónar puede ser audible para los animales a 1.600 kilómetros de distancia, dijo Brensing y ejemplificó de esta manera los efectos: “Si se activara un aparato similar en Moscú, el ruido sería tan fuerte que en Alemania no se podría conversar más en la calle”.
Ante tanto ruido, las ballenas entran en pánico y sufren la denominada “enfermedad del buzo”, que también es mortal para los seres humanos. Aparece cuando los buzos suben demasiado rápido a la superficie por lo que se forman burbujas de nitrógeno que pueden pasar a la sangre y bloquear el sistema sanguíneo y dañar los tejidos.
Por este motivo, los protectores de cetáceos piden regiones protegidas para ballenas, delfines y otras especies, además de un acuerdo de protección para el Océano Índico y el sudeste de Asia.
Cerca de un cuarto de todas las especies conocidas de mamíferos marinos están amenazadas de extinción.
Los alrededor de 100 países miembros de la Convención sobre Especies Migratorias reconocieron el problema de la contaminación acústica submarina es una conferencia celebrada en Roma.
A comienzos de diciembre acordaron mejorar la protección de los cetáceos al reducir la contaminación sonora submarina. Sin embargo, no se acordó “ninguna acción obligatoria” contra el riesgo del ruido en el mar, criticó la WDCS.
Es deseo de esta organización que se cree un área protegida de ese tipo entre la costa sur de España y el norte de África. Se trata de una de las regiones marinas que cuenta con la mayor biodiversidad en Europa y alberga a nueve especies diferentes de ballenas y delfines, entre ellos orcas y rorcuales comunes.
Para muchos de ellos, como las poblaciones de delfines en el mar Mediterráneo, la lucha por la supervivencia es cada vez más difícil.
En un balance de la iniciativa “año del delfín”, que del año 2007 fue prolongada hasta 2008, los protectores de animales consideran que se lograron éxitos, pero dudan de la voluntad política de implementar los planes de conservación de las especies.
En 2007 se declaró extinto el delfín del río Amarillo, en China.
Fuente: DPA