Desde la primera celebración del Dia de la Tierra hace 41 años atrás, los temas relacionados con la conservación del medio ambiente y la biodiversidad han tomado una creciente relevancia en la agenda ciudadana e internacional. Sin embargo, a pesar del tiempo y los múltiples esfuerzos dedicados a conocer la estructura y el funcionamiento de la naturaleza, nuestra dependencia de ella y la necesidad de conservarla para el bienestar de las futuras generaciones, no se ha logrado detener la pérdida de biodiversidad y la degradación de los ambientes terrestres y acuáticos.
Durante los últimos años, hemos sido testigos de la extinción del delfín del rio Baiji (China) por causa de la constante intervención humana a su hábitat acuático en pos del denominado “progreso”. Evidenciamos la falta de voluntad de los gobiernos para detener la extinción del atún rojo (o de aleta azul). Esto a pesar que la ciencia demuestra que desaparecerá irreversiblemente de los océanos sino se detiene de manera urgente su explotación. Vemos cómo gigantescos derrames de petróleo e históricos accidentes nucleares van quedando impunes a pesar de los incalculables impactos negativos ambientales y sociales que generan.
Sin embargo, debajo de la abrumante cantidad de malas noticias para el medio ambiente existen casos de conservación destacables que suelen ser ignorados o tergiversados. Uno de ellos fue el resultado de la reunión anual de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) que se realizó en junio de 2010 en Marruecos.
A pesar que varios titulares y conocidas organizaciones como WWF, Greenpeace y Pew Environemnt Group, evaluaron la reunión como un fracaso – al no adoptarse un acuerdo que supuestamente habría reducido el numero de ballenas cazadas por Japón – la realidad es que el contundente rechazo a la propuesta de parte de millones de personas alrededor del planeta, una gran la mayoría de ONG y casi todos los miembros de la CBI, salvaron la vida de cientos de ballenas en 2011, constituyendo la base para lograr el cierre definitivo de las operaciones balleneras.
De haberse aprobado el acuerdo – impulsado por Estados Unidos y Nueva Zelanda – hoy la caza de grandes cetáceos en el Santuario de Ballenas del Océano Austral sería una actividad legítima y aceptada por el sistema político y financiero global. La moratoria sobre la caza comercial de ballenas, quizás el mayor logro en la historia del derecho ambiental internacional, estaría muerta. Las operaciones balleneras continuarían realizándose fuera del control efectivo de la CBI y nuevas naciones, como Corea del Sur, habrían reanudado la caza comercial de ballenas.
El cupular y excluyente acuerdo también habría servido al gobierno de Japón para avalar ante el sistema financiero los millonarios subsidios necesarios para la construcción de una nueva flota ballenera de alta mar, ya que la actual necesita ser urgentemente reemplazada pues no cumple con las regulaciones que entrarán pronto en vigencia en el Océano Austral.
Finalmente, lo más preocupante es que de haberse adoptado el acuerdo ballenero rechazado en la reunión de la CBI en el 2010, se habría profundizado el debilitamiento de las políticas e instituciones globales de conservación ambiental.
La eliminación de la moratoria – principal medida para estas especies íconos de la conservación internacional – habría sentado un demoledor precedente que hubiese impulsado una mayor flexibilización de las políticas de conservación en otros foros internacionales relacionados a la naturaleza. El legitimar las operaciones de “caza científica” de ballenas en la antártica, una zona que cuenta con medidas de protección especiales y cuyo océano circundante es santuario de ballenas desde 1994, habría sentado las bases para legitimar la explotación comercial de mamíferos marinos en esta delicada zona del planeta.
Pero no fue así. Millones de personas informadas, cientos de organizaciones civiles movilizadas y varios gobiernos – entre los que se destacan los de América Latina – se unieron en rechazo a la propuesta y a sus implicancias para el medio ambiente y la biodiversidad marina.
Hoy, podemos celebrarlo como un hito en el Día de la Tierra y continuar trabajando para consolidar los cambios culturales y las políticas de conservación que garanticen la protección de los ecosistemas y las especies del planeta, incluida la nuestra.
Por Elsa Cabrera (Centro de Conservación Cetacea) y Juan Carlos Cárdenas (Centro Ecoceanos)